Y el tiempo se detuvo. Dejó de avanzar hace sesenta años. En ocasiones me parece estar viendo en sus habitantes a los contemporáneos de mis antepasados. Es la larga penitencia de esta isla. La condena de vivir una y otra vez el mismo año.
Hoy he dedicado la jornada a La Habana Vieja. Después de mis primeros cuatro días en la isla visitando fincas agroecológicas, ahora me toca ser turista full equip, de los de cámara en mano, crema solar y sandalias. Al salir del museo de la revolución, con las piernas algo cargadas, decido sentarme en la escalinata de su entrada. Observo fijamente la imponente estatua de bronce que preside la plaza aledaña.
Más adelante hay otra aún más imponente, ya en primera linea de océano, con su caballo empinado recibiendo la embestida del salitre. Son tantas las estatuas repartidas en las calles,